Tradicionalmente, la utilización de algunos combustibles fósiles como el petróleo, el carbón o el gas ha venido incentivada por su alto rendimiento energético. Es decir, el coste que conlleva la extracción energética de estas fuentes es ínfimo en comparación con la cantidad de energía que se puede obtener a partir de ellas.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce, dado que estos cálculos sólo tienen en cuenta los costes derivados de la extracción de la energía, y en ellos no se contabiliza el coste que implica la transformación de la energía en combustibles terminados. Este dato demuestra que los combustibles fósiles no son la alternativa energética más rentable, dado que si calculamos el cómputo global de todos los costes en los que se llega a incurrir durante el proceso, descubrimos que este tipo de combustibles ofrecen un rendimiento bastante pobre en comparación a la inversión que conllevan.
Por su parte, las energías limpias y renovables no sólo contribuyen a la mitigación de los devastadores efectos del cambio climático, sino que otra de sus características más notables es que son inagotables. Naciones Unidas ha querido incentivar el desarrollo de este tipo de energías, y ha fijado como objetivo para 2030 garantizar el acceso a la electricidad de toda la población mundial.
Este dato demuestra que los combustibles fósiles no son la alternativa energética más rentable, dado que si calculamos el cómputo global de todos los costes en los que se llega a incurrir durante el proceso, descubrimos que este tipo de combustibles ofrecen un rendimiento bastante pobre en comparación a la inversión que conllevan.
Las infraestructuras de extracción de energías limpias y renovables (parques eólicos, paneles solares…) requieren de una inversión inicial muy elevada, por lo que a priori pueden parecer una opción poco atractiva. No obstante, multitud de expertos afirman que a pesar de este inconveniente, el retorno de este tipo de inversiones a medio y largo plazo es mucho mayor respecto al resto de alternativas energéticas.
Al margen de la rentabilidad económica de cada opción, se sabe con total certeza que el reiterado uso de combustibles fósiles conlleva una serie de implicaciones negativas. Este tipo de problemáticas comprenden desde la alteración del efecto invernadero, hasta tensiones sociales (que pueden incluso desencadenar conflictos bélicos), pasando por otras como la lluvia ácida, o la contaminación acústica.
Con el paso del tiempo, el empleo de combustibles fósiles se va aproximando hacia su fase de declive, y es que una parte importante de la sociedad se ha percatado de que la única manera de garantizar un futuro sostenible es a través de la utilización de energías limpias y renovables. En otras palabras, si seguimos dependiendo de energías provenientes de combustibles fósiles, llegará un momento en el que agotaremos el abastecimiento de recursos que nos ofrece la naturaleza.