El 25 de noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, es mucho más que una fecha simbólica: es un recordatorio urgente de un problema social que atraviesa fronteras, generaciones y contextos.
Su origen se remonta al asesinato de las hermanas Mirabal en 1960, tres activistas dominicanas que se enfrentaron a la dictadura de Trujillo y fueron brutalmente asesinadas por su resistencia. Su historia marcó un antes y un después, dando voz a millones de mujeres silenciadas y convirtiéndose en un símbolo universal de lucha frente a la violencia machista.
La violencia contra las mujeres no es un asunto individual, sino un problema social arraigado en estructuras de poder y percepciones históricas. Durante siglos, las mujeres han sido vistas como cuidadoras, objetos o figuras subordinadas, y estas construcciones culturales han legitimado la desigualdad y la violencia.
El movimiento feminista, con raíces que se remontan al siglo XIX, ha sido clave para cuestionar estas estructuras. Desde la lucha por el derecho al voto y el acceso a la educación hasta la reivindicación de la igualdad legal y social, las feministas han puesto en evidencia que los derechos de las mujeres no pueden depender de la voluntad de otros. Esta revolución social también nos enseña que la violencia no se limita a lo físico: existen formas psicológicas, sexuales, económicas, digitales y estructurales que afectan profundamente la vida y el bienestar de millones de mujeres y niñas.
Los datos son alarmantes y muestran la magnitud del problema. En España, más de 1.330 mujeres han sido asesinadas por violencia de género desde 2003, y el 63% de las mujeres españolas afirma haber sufrido algún tipo de acoso a lo largo de su vida. A nivel mundial, más de 85.000 mujeres y niñas fueron asesinadas por razones de género en 2023. Y si ampliamos la mirada, 370 millones de niñas y mujeres sufrieron violaciones o abusos sexuales antes de los 18 años, cifra que asciende a 650 millones si incluimos abusos sin contacto físico, como acoso verbal o digital. Las redes sociales se han convertido en un nuevo escenario de violencia y control.
Ante esta realidad, es fundamental la educación, la prevención y la concienciación de toda la sociedad. Todos tenemos un papel: familias, instituciones, empresas y ciudadanía. Escuchar, acompañar, denunciar y actuar son pasos esenciales para cambiar la cultura que perpetúa la violencia. Cada gesto, cada campaña, cada acción que promueve la igualdad y el respeto contribuye a construir un entorno seguro y justo.
Que este 25 de noviembre no sea solo un recuerdo, sino un compromiso colectivo para garantizar que cada mujer pueda vivir con dignidad, libertad y seguridad, porque una sociedad que protege a sus mujeres es una sociedad más justa para todos.






